lunes, 27 de febrero de 2012

:: No le busqueis sentido a las cosas, imponedselo.

Es muy complicado resumir en una entrada lo que han supuesto estos últimos meses. Digamos que he salido de la cama [dando un salto mortal] y me he lanzado a la batalla de los bares de copas, de la alegría desmedida y al fin, de las responsabilidades eludidas.

Cada año en esta ciudad de piedra es distinto. Ni mejor ni peor, sencillamente distinto, y eso me sorprende, pues vaya si no existen infinitas dimensiones paralelas en el mismo eje espacio temporal, y no solo eso, sino que si reviso lo pasado no encuentro absolutamente nada que pueda tomar como una constante. Bueno, en realidad si hay una constante, el que calza y viste y su estupidez congénita. Pues si bien es cierto que en mis pocas primaveras he caído en incontables ocasiones al foso [y las que quedan, gracias], nunca lo había hecho tan estrepitosamente. Lo peor, sigo cayendo y esto no tiene fondo. No hay que ser demasiado listo para saber que va a doler, y mucho, pero poco me importa. ¡Que me quiten lo vivido! Y lo mejor, sé de buena tinta que pase lo que pase, resistiré el asalto. Siempre lo he hecho y siempre lo haré.

Durante todo este tiempo he creído de veras que había encontrado mi propia panacea. Ahora, igual que Pablo yo también caigo del caballo [o de la cama, que es donde yo cabalgo] y cierto es tal vez haya encontrado mi panacea, no lo sé, ya lo veré con el tiempo, pero no por eso he dejado de tener dolor de mulas.

Dicho esto, estoy convencido de que mi antiguo lema “todas las épocas son infames, sólo el amor las hace soportables” estaba equivocado. Pues si bien es cierto que las épocas [años, meses, días, horas…] pueden verse elevadas al más alto grado de éxtasis por el amor, también es cierto que el amor [en el caso de que exista y no sea únicamente lo que uno desea del otro, y por ende, lo que pone en él] puede ser infame, o lo que es peor, puede ser destructivo, autodestructivo, heterodestructivo, fû. ¿Qué nos queda entonces? [no temáis pequeños mios] nos queda lo que nunca tuvimos, porque quizás, agarrar algo sea el único modo de perderlo.



Embriagaos, de vino de poesía o de virtud. A vuestro antojo.

No hay comentarios: