domingo, 12 de diciembre de 2010

:: “En el país de los ciegos el tuerto es el rey” o sobre la verdad relativa.

Uno de los mayores desafíos al que debemos enfrentarnos a la hora de componer cualquier pensamiento comprometido es el del relativismo. Soy consciente de que el comprometido-con-cursivas es un término conflictivo y no me gustaría que se centrasen las críticas a este excurso en lo que Queiruga –y no yo- denomina filosofías del capricho.

La filosofía, más allá de nacer de la ociosidad y del puro aburrimiento tiene una pretensión, ahora bien, lo que esta pretensión sea, superando los tópicos, lo dejo a la imaginación de cada bípedo.
No se si son imaginaciones mías fruto de no dormir, o si en cambio se debe a mi apasionado romanticismo –quizás incluso las dos cosas- pero creo que hay asuntos que merecen un apremiante abordaje. Escepticismo y relativismo se conjugan para hacernos la vida imposible a todos los que aún aguardamos con estoica paciencia el descubrimiento de un pequeño pedazo de granito donde poner los pies.



Parece que nos hemos resignado a que lo único posible es barajar premisas siempre supuestas-discutibles y ver lo que se sigue de ellas. El “todo-vale” y el “no-hay-nada-seguro” se han convertido en coletillas occidentales y occidentalizadas heredadas. Pues vaya herencia, bien podían haberse callado la boquita.



Normalmente, nos empeñamos en cerrar bajo paréntesis tanto el relativismo como el escepticismo. Es esta una actitud si cabe infantil, como quien se tapa los oídos y grita no-oigo-lo-que-dices-lalala-lalalala. Pues bien, intentemos remediarlo y hablemos del relativismo. (Dejaré el escepticismo para otra ocasión no sin decir antes que Russell, cuyo año estamos celebrando, lo calificó de “lógicamente perfecto, psicológicamente imposible y vitalmente insoportable” ahí queda eso)
La tesis relativista asume que dada una propiedad ‘F’ supuesta n-ádica, es en realidad n+1-ádica, siendo precisamente este ‘1’ que añadimos, un marco de referencia o un contexto importantísimo.
Mientras los dogmáticos –por contraposición a los relativistas- aplican ‘F’ al modo A1,...,An, los relativistas se empeñan en añadir un parámetro más, un cierto B1 o B2 sobre el que radica toda la carga epistémica [A1,...,An; B1] o [A1,...,An; B2].



Poniendo un ejemplo, la relación de simultaneidad física es triádica entre eventos y marcos de referencia ie. Dos eventos son simultáneos teniendo en cuenta un específico marco de referencia y no son tales variando ese marco por otro [Albert Ainstain defiende algo similar poniendo el ejemplo de un tren que se desplaza sobre una vía, y siendo el marco de referencia en una ocasión un sujeto testigo externo del aparato y en otra, un viajero del mismo tren. Es evidente que dentro del tren las sensaciones son distintas de lo que son fuera. En sobre la teoría de la relatividad especial y general; pag 28; Alianza; Madrid 2009].

Esto es aplicable mutatis mutandi a la valoración de pares veritativos: El valor de verdad de una afirmación/proposición es indeterminado si no se especifica un marco de referencia y, solamente porque suponemos contextualmente implícito un marco de referencia podemos considerar que las condiciones para la verdad de una afirmación están correctamente determinadas. Wittgenstein nos ofrece muy acertadamente una pregunta que nos pone contra las cuerdas, a saber, ¿Qué hora es en el Sol? Intentar responder esto nos hace caer en la cuenta de que el sistema horario es totalmente convencional pues es la posición del sol el marco de referencia y sin un común acuerdo sobre la zona horaria del sol... en fín, la discusión bizantina está servida, pues esto no nos lleva a ninguna parte.
La noción de verdad relativa aparece ya en boca de Protágoras en el diálogo platónico Teeteto. Platón le atribuye a Protágoras defender que la verdad de un juicio es relativa al estado cognoscitivo de un sujeto, de manera que para cualquier juicio j y cualquier hombre h, si h juzga j, j es verdadero para h. Tirando un poco del hilo, todo juicio puede ser ‘verdadero para’ dependiendo de quien/que se sitúe a la derecha del para.

¿No es este un resultado nefasto?

Pues bien, Platón esgrime ya en contra de esto, lo que se ha convertido en un argumento clásico, a saber, la autorrefutación. A grosso modo, si todo es relativo, también esta afirmación es relativa. Esta crítica tiene la forma de la paradoja de epiménides/mentiroso, se construye del mismo modo que las paradojas que la literatura a llamado semánticas o de la auto-referencia. Podríamos hacer aquí un análisis lógico de este fenómeno y mismo solucionarlo de la mano de Tarski, pero creo que excede la pretensión de la entrada.

Veamos la crítica de la autorrefutación con un esquema:
(i): todo juicio es verdadero para... –postulado relativista-
(ii): (i) es un juicio falso, pues intuitivamente juzgamos que existen juicios falsos. –premisa que se nos presenta como evidente-


(ii) es verdadero en razón al contenido de (i), y por tanto (i) es falso. AUTORREFUTACIÓN.



¿Qué es lo que nos lleva, visto lo visto, a defender posturas relativistas? Pues bien, es la insatisfacción frete a determinados análisis contextualistas de diversos fenómenos semánticos la principal motivación de los neorrelativistas para sus propuestas. Estos últimos, encuentran en los adjetivos que admiten grados las expresiones del lenguaje natural que tomar como modelos.

(z) con sus 1,86 metros de altura, Enrique es alto.

Si el contexto es (A) la altura media de los ecuatorianos (z) es evidentemente verdadera.
Si por el contrario, el contexto es (E) los jugadores de un equipo de baloncesto de la NBA, (z) es muy posiblemente falsa.


Conclusión: En el país de los ciegos el tuerto es el rey. Por el contrario, en un estado ideal donde todos los bípedos poseemos en 100% de nuestra capacidad perceptivo-visual, ser tuerto es una putada, y a la postre, carne de chiste ingles.


¿Qué podemos hacer ahora? Yo desde luego, irme a dormir. Por hoy ya siento que he hecho algo productivo. Ahora os toca a vosotros romperos los sesos.