lunes, 4 de enero de 2010

:: Recortes

(..) Conoce la respuesta desde mucho antes de formular la pregunta. Pero nunca la pronuncia en voz alta, se lo calla dejando que la corrosiva bilis que alimenta su orgullo siga creciendo. Mientras tanto, su estomago se infla desorbitadamente.
Los reincidentes que compartimos aire con él, nos limitamos a mirar desde la valla de seguridad, gafas en mano, y con esa sensación de estar inflando de más un globo de cumpleaños. De esos rojos y azules. Sabes que te va a explotar en la cara, que en último término va a doler, pero ahí estás, con la risita a flor de piel, jugando con la providencia y tentando a la seguridad social.
Somos participes de su mentira. Lo acompañamos en sus cañas y cafés descafeinados, seguimos su rollo, bebemos de su historia y hacemos de su fracaso, caída y desgracia el pan que acompaña nuestra tapa de zorza. Es todo muy divertido mientras no te salpique.
La culpa es suya. Se fía de cualquiera. Y termina siempre contándonos sus aventuras de alcoba. (…)

(…) Deambula rastreando su olor, su geometría y hasta su aritmética. Y cuando la encuentra tararea canciones, se mete las manos en los bolsillos y deja que esa atmósfera pesada impregnada de eau d’ feme fatale le haga tocar el suelo con la lengua. Asiente y baja la cabeza. Yo lo comprendo perfectamente. Esa mujer tiene algo especial, es su porte altivo, su “no me importa nada” y la sensación de perfección que transmite, su control sobre el segundo o incluso quizás la manera de vocalizar lo que hace que todas las hormonitas locas del patio reaccionemos a su paso. (…)

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