martes, 11 de noviembre de 2008

:: Tómate un cafe

Me gusta mirarte cuando no tengo nada que decir. Esa sensación de que todo va bien a pesar de que el mundo se viene abajo. La complicidad va mas allá de cualquier cosa que podamos pronunciar. Por eso, cuando necesito agarrarme a lo único que me queda, solo tengo que mirarte y allí están tus pupilas. Siempre atentas.

A veces me gustaría decirte lo que realmente pienso. Que me recorren escalofríos solo con tenerte cerca. Que mi ausencia en las conversaciones no se debe a que me aburra, sino que me vuelvo tonto cuando estoy contigo.
Tomo aire profundamente. Se me acelera el corazón. Extraigo valor del fondo de la tónica sintiendo pinchazos en los pulmones. Y cuando voy a hablar. Te levantas a pagar. Adiós y hasta mañana mientras recorres con tu taconeo las empedradas calles de Compostela. Y allí me quedo yo. Teléfono en mano y persiguiéndote con la mirada, con la única esperanza de poder volver a compartir tabaco otro día más. La historia siempre se repite.

En fin, la levedad del amigo.
Entre palabras que no dicen nada, y miradas que lo dicen todo.

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